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blog de oniric: agosto 2004

blog de oniric

miércoles, agosto 04, 2004

Pajitas

Durante los tiempos en que yo viví en Barcelona, la palabra paja, pasó de significar, tubo largo y estrecho para beber fantas, a lo que ya todos sabemos.

En los madriles, que somos muy chulos y no nos cortamos ná, pedimos una paja, sin más, cuando la necesitamos, y ya los camareros saben.

Pero en las barcelonas, ya en aquellos lejanos tiempos, se decidió cambiar la palabra paja por caña para denominar el tubillo en sí.

Pues bien, en mis vacaciones por allí, he observado con regocijo cómo después de varios años, paja y caña siguen confundiéndose. "Tráigame una caña, por favor" y el camarero llega con una cerveza "ay, no, oiga, si yo lo que quería era una pajitita de esas"(señalando, como si el garçon fuese a equivocarse y a hacerse lo que ya sabéis). "Tráigame una caña por favor", y el camarero aparece con una PAJA; "Oiga no, que yo lo que quería...".

Varias veces lo he visto en un muy corto período de tiempo, aunque no lo creáis.

¿Han pensado los catalanes el gasto que esto supone, el despilfarro de cañas y pajas que semejante error produce?

( Espero de corazón que no me lea ningún catalán sin sentido del humor, si es que los hay, que lo dudo)

martes, agosto 03, 2004

CONSEJOS PARA ENCONTRAR AL HOMBRE DE TU VIDA

Allá por los catorce años comenzaron mis problemas con los chicos, esa especie rara de la que yo conocía muy pocos ejemplares que, francamente, no llamaban nada mi atención.

Dicen que los hombres son transparentes para las mujeres pero la verdad es que para mí, de puro transparentes, eran opacos. Sólo comprendí su auténtica naturaleza muchos años más tarde cuando un compasivo amigo mío tuvo a bien enviarme un texto titulado "Los hombres somos simples", con explicaciones tan difíciles de comprender para mí como que "cuando decimos sí es que sí y cuando decimos no es que no" y cosas varias muy esclarecedoras que quizá sea interesante incluir en otro post.

Pues bien, como iba diciendo, comenzaron mis problemas con los chicos. En primer lugar, tuve que esforzarme en verlos, debido a que mis amigas los veían y yo quería estar a la altura.

En segundo lugar, tuve que esforzarme en catalogarlos como guapos y feos, ya que mis amigas sabían hacer esta distinción que yo ignoraba aún, con mucha rapidez. Era evidente que esa clase y otras varias, me las había perdido.

Había en particular un chico que para mí hubiera pasado tan inadvertido como todos los demás y que, sin embargo, a mis amigas les entusiasmaba por que era alto y rubio. Tuve que esforzarme pues en comprender que los conceptos "alto" y "rubio" son características importantes en un mancebo. Algo más me costó integrar los rasgos físicos generales que definían la belleza del sexo opuesto, belleza que, al parecer, a pesar de las pilosidades varias, existía.

Debo decir también que, por alguna curiosa y repentina transformación que no comprendía y que yo calificaba como gorduras - cuando mucho más tarde me dí cuenta de que eran características femeninas generales y muy deseables - yo pasé de una cómoda y, como he dicho ya, recíproca, invisibilidad, a una muy perturbadora visibilidad.

Perturbadora por que me encontraba de pronto con que aquéllos seres tan extraños y pilosos se acercaban a hablarme de cosas que no comprendía, por razones que no comprendía, quedando yo como auténtica idiota sin nada que decir más que sí, no, y tratar de salir huyendo, lo cual, por lo visto, les gustaba. ¡Oh, no me digáis que sois fáciles de comprender! ¡que yo no estaba jugando al que te pillo, si no huyendo aterrada y frustrada por mi falta de luces!.

Perturbadora también por que en aquellos tiempos de repugnante pero halagador machismo, no podía pasar al lado de un grupo de seres del otro planeta sin dejar de oir jeroglíficos comentarios sobre mi persona, gritos, y silbidos. Torpe ya por naturaleza, temía dar un traspiés, y tanto me esforzaba por evitarlo, que el peligro se incrementaba en progresión geométrica, si bien debo decir en mi defensa que siempre conseguí salir airosa pero, eso sí, con la percepción de que mi trasero y otras redondeces habían aumentado prodigiosamente por arte y magia de la palabra alta y clara.

En fin, eran aquellos, tiempos de agitación política y social que trajeron consigo interesantes cambios en mi vida como que ya estaba bien de que a las mujeres no nos dejasen fumar, que las mujeres debíamos luchar por ser iguales a ellos, que eran unos aprovechados dominantes inservibles, que ensuciaban la casa, cómo maquillarse correctamente, cuál era la ropa más sexy para una chica, cómo besar bien practicando con una almohada y otros truquillos.

Ser iguales a los hombres.

A aquéllos seres que no nos dejaban en paz y que querían convencernos de que besar no era malo y que nos molestaban constantemente por la calle aunque fueras con el uniforme del colegio, el pelo recogido y los calcetines caídos.

Trazamos un plan.

Nuestro colegio estaba rodeado por un alto y largo muro (para impedir el paso de atacantes de otro planeta). Muchos de los chicos pasaban por al lado del muro a mediodía para llegar a su colegio, hábilmente situado por los curas junto al nuestro. Al final del muro, por la parte de adentro había un poyete alto cuya vigilancia las monjas descuidaban.

Un puñado de valientes féminas en ciernes decidimos atacar por ese punto débil. Sí señoras y señores, pusimos en práctica nuestro osado plan.

Trepábamos al poyete y esperábamos la llegada del enemigo. Cuando alguno de ellos pasaba le gritábamos: ¡tío bueno, macizo, morenazo!, observábamos su perpleja reacción y nos escondíamos matándonos de la risa.

Imaginaos al pobre mozo solitario, víctima de nuestros silbidos y piropos, normalmente tan valiente, sonrojándose como una virgen y perdiendo estatura y peso abrumado por el bochorno.
Y así un día y otro, eligiendo pobres víctimas cuidadosamente.

La cosa se acabó con cierta brusquedad el día que una arrojada compañera, habitualmente seriota ella, tuvo la brillante idea de añadir a la gracia, un cubo de agua para el desprevenido.
Se lanzaron unos cuantos cubos, aquéllo fue una orgía, de victoria, de risas, de escándalo tal que llegó a oídos de las monjitas y ¡ay!, que pena, señores, que los chicos ya se lo estaban empezando a pasar bien y hasta venían a recibir nuestros piropos alegremente.

Este post está dedicado en especial a Axque y su historia de la bella bigotuda